Las rabietas son explosiones emocionales que incluyen un repertorio de llantos, gritos, pataletas y otras demostraciones emocionales de frustración o ira, que superan la capacidad del niño para controlarlas. Estos berrinches son comportamientos normales en el pequeño de uno a tres años, aunque, en algunos casos, pueden aparecer antes del año o persistir más allá de los tres años. Suelen aparecer como respuesta a una baja tolerancia a la frustración ante la espera para que sus demandas y deseos sean satisfechos, cuando no le permiten hacer lo que quiere, por incapacidad para controlar las emociones que siente y no comprende, como conflicto entre su búsqueda de autonomía y la dependencia física y emocional de los adultos, si tiene dificultad para expresar un deseo o necesidad, o bien por atraer la atención de las personas significativas.
Cuando la maduración general del niño le lleva a verse a sí mismo como un ser individual, separado de los padres, comienza a tomar conciencia de la propia identidad. La mayor independencia en los movimientos y en las acciones sobre el entorno le ayuda a descubrir que tiene voluntad propia y aumenta la capacidad de transmitir sus necesidades y anhelos. Surge una tendencia normal, natural e incluso deseable, a afirmar su independencia y el deseo de ejercer control sobre su entorno, lo que le lleva a decir “no” con frecuencia, utilizando la negación para manifestar su voluntad, ya que aún no dispone del vocabulario suficiente para expresar sus sentimientos.
En esta etapa del desarrollo del yo (ego), las conductas egocéntricas se generalizan. A través del negativismo (utilización del “no”) obtiene la satisfacción de poder modificar situaciones, consigue la atención en exclusiva de cuantos le rodean y suele oponerse a todo cambio o situación que le resulta poco atractiva.
Los berrinches, las rabietas y las conductas rebeldes en general, son frecuentes desde los quince meses y, aun siendo rasgos de conducta negativos, son necesarios para reafirmar la conciencia de sí mismo. La ausencia total de oposición podría indicar que el niño sigue considerándose prolongación de las personas de apego, retrasando su aprendizaje como ser individual con capacidades propias.
El niño vive en este período auténticos conflictos, sus comportamientos para reafirmar la conciencia de sí mismo reciben a menudo la desaprobación de los adultos. Los padres olvidan en muchas ocasiones que el mal comportamiento se debe a que el niño busca, a través de la experiencia, la orientación de lo que debe o no debe hacer, desea más que nada la atención en exclusiva de las personas que para él son importantes, o simplemente quiere constatar que tiene voluntad propia. Sin duda alguna, quién peor lo pasa durante la rabieta es el niño porque pierde totalmente el control, se asusta, y después teme perder el cariño de sus padres. Por eso, siempre deben mostrar su amor al pequeño después de un episodio de rabieta.
Es importante que los padres mantengan actitudes coherentes, unánimes y calmadas ante las primeras rabietas ya que de ello dependerá en gran parte el comportamiento del niño en el futuro. Necesitan comprender los motivos que desencadenan la explosión emocional y ser empáticos con el pequeño, es decir, ponerse en su lugar y tratar de comprender sus sentimientos y emociones.
¿Cómo prevenir o tratar las rabietas?
- Mantengan siempre la calma. Los comportamientos rebeldes son normales en esta edad, no suponen que sean malos padres y tampoco que lo sea el niño.
- Acondicionen la casa para disminuir el número de ocasiones diarias en las que deben prohibir que toque o coja un objeto.
- Eviten la ambivalencia al fijar normas y límites. El padre y la madre deben estar de acuerdo en lo que pueden permitir o no al niño y responder del mismo modo cuando surge la rabieta.
- Reaccionen de forma tranquila pero firme, sin ceder a sus caprichos. El niño aprende desde muy temprano a distinguir entre las negativas firmes (no se coge el cuchillo) y aquellas que puede cambiar con su intervención (no cojas el libro). Cuando observan la firmeza del primer ejemplo, las rabietas no suelen aparecer como respuesta.
- Distraigan su atención hacia un juguete o una actividad de su agrado, canten su canción favorita o jueguen a poner caras graciosas.
- Utilicen tonos de voz estimulantes cuando quieran que el niño haga o deje de hacer algo, que suene a sugerencia más que a una orden.
- Permitan que el niño haga pequeñas elecciones aceptables con frecuencia y ofrezcan alternativas siempre que sea posible, por ejemplo, sobre el cuento que le leen, el juguete que lleva al parque, etc. Sentirse independiente en algunas ocasiones le ayuda a aceptar reglas que son necesarias.
- Cuando ha sido inevitable impedir la rabieta, y esta tiene como objetivo obtener atención, la respuesta de los padres más efectiva para evitar reforzarla es ignorarla. Alejen al niño de cualquier objeto peligroso, sepárense unos pasos de él, continúen con lo que estaban haciendo y no hablen o utilicen un tono de voz neutral. Cuando la intensidad de la rabieta decae y es casi inapreciable, arropen al niño con todo su cariño. Asegúrense de que siente que le quieren, aunque no acepten su comportamiento, y le ayúdenle a recuperar el control.
- Las respuestas agresivas, verbales o físicas, además de no aportar soluciones, se convierten en modelo que el niño imitará para resolver conflictos.
Es normal que los comportamientos rebeldes sigan apareciendo mientras el niño tenga dependencia de los adultos. La dependencia va disminuyendo a medida que el niño avanza en madurez y autonomía, siempre que los padres se lo permitan. La sobreprotección, la disciplina estricta, el cansancio de los padres y del niño, la impaciencia o el mal humor, incrementan la posibilidad de que surjan rabietas.
Los conflictos internos del niño se agravan cuando encuentra incomprensión, juicios de valor hacia su persona, represión de sus sentimientos, etc. Con estos comportamientos, los padres pueden estar sembrando la semilla para que el niño albergue en el futuro sentimientos de culpa, inseguridad, baja autoestima y desorientación, que conducirán a intensificar los comportamientos desadaptados y le reportarán de nuevo más resultados negativos: una bola de nieve que crecerá impidiendo el normal desarrollo de las capacidades del pequeño y alterará la feliz convivencia familiar.
Las rabietas son comportamientos a los que los padres deben prestar atención, pero sin que lleguen a alterar su forma de interrelacionarnos emocionalmente con el niño porque podría agravar el problema y provocar su prevalencia a lo largo de toda la infancia.
Algunos pequeños despliegan conductas menos llamativas para expresar su rebeldía, utilizando las quejas constantes, los gritos y la irritación. Estos comportamientos necesitan que los padres los traten adecuadamente para no desembocar en otros más intensos. Deben recordar que los comportamientos expresivos, adquiridos durante los primeros años, comienzan a reflejar después personalidades individuales con actitudes específicas, preferencias marcadas y estilos de control propios, que van a caracterizar al niño durante toda su vida.
Texto elaborado por la asociación mundial de educadores infantiles. (www.amei)